domingo, 8 de diciembre de 2013

Las termas de Cacheuta


Fue hacia el año 1532. Un chasqui llegó a las tierras de Cacheuta, 
el poderoso cacique cuyos dominios comprendían el valle de Mendoza 
y los alrededores. Ante el gran curaca, el emisario refirió 
los acontecimientos ocurridos: la pérdida de la libertad de Atahualpa,
el gran señor inca, descendiente de Inti, que, hecho prisionero, 
esperaba ansioso el día de su liberación. Explicó al asombrado cacique 
la razón de su envío: llegaba a pedir su colaboración en el rescate
del soberano prisionero.
La fidelidad de Cacheuta no escatimó esfuerzos para cumplir con el mayor 
caudal a la salvación del señor de todos los quechuas. Convocó a sus vasallos, 
les exigió su cooperación y muy poco tiempo después un hato de llamas cargadas 
con petacas de cuero repletas de objetos de oro y plata estaban listas para 
emprender el viaje hacia el norte. El mismo cacique, al frente de un grupo 
de fieles vasallos, entre los que se contaban altos jefes guerreros, 
sería el encargado de conducirlas.
Partió la expedición. Las llamas, con sus pasitos menudos, acompañados 
de movimientos del cuello y la cabeza, marchaban llevando en el lomo la 
valiosa carga que iba a servir para dar libertad al soberano de los quechuas. 
Llegaron a las primeras estribaciones del macizo andino. Se internaron 
por los angostos vericuetos de la montaña y marcharon sin descanso 
en su afán de llegar cuanto antes a destino. Cerca de un recodo de 
la montaña distinguieron, a lo lejos, un grupo de gente armada que 
de inmediato reconocieron como enemigos.

Previendo una traición, los indígenas se pusieron en guardia, y como 
primera medida decidieron esconder la valiosa carga en el más 
seguro lugar de la montaña. Grandes conocedores del terreno, nada les fue
más fácil y muy pronto su labor quedó terminada. Los adversarios, al notar 
que habían hecho un alto en el camino y les era imposible detenerlos al pasar
donde se hallaban apostados, decidieron salirles al encuentro. Llegaron cuando 
Cacheuta y sus vasallos se aprestaban a hacer frente al ataque. El choque 
fue sangriento. Silbaban las flechas indígenas, haciendo víctimas en uno y 
otro bando. La lucha fue desigual, pero encarnizada. Los indígenas, que 
supieron defenderse con valor, finalmente cayeron vencidos. Los contrarios,
ya dueños de la situación, se lanzaron en busca de su objetivo, para lo cual 
trataron de arrancar su secreto a la montaña. Al llegar al lugar donde fuera 
depositado el tesoro y cuando ya se creían dueños de él, chorros de agua 
hirviendo surgieron de entre las piedras, envolviéndolos. Hallaron la muerte 
allí donde fueron a buscar riquezas.

Fue, según la leyenda, el espíritu de Cacheuta quien hizo brotar el agua 
que terminó con los que no le permitieron llegar a destino y cumplir la misión
que como súbditos fieles se habían impuesto. Desde entonces esas aguas, 
originadas en un verdadero principio de solidaridad humana, llevan en sí 
toda la bondad propia de tan altos propósitos y se brindan a los que acuden 
a ellas en busca de alivio para sus males.

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