Cuando niña casi sin saber por qué, en mis juegos en el campo “ Uten Lauquen” así se llamaba, me acercaba a la naturaleza.
Me sentía atraída y feliz de introducirme en sus ruidos y silencios, lejos de Buenos Aires ciudad a la que amo notaba que los colores allí eran tán intensos que me daban vida. Bueno aún ahora lo hacen.
En la ciudad, solo tenia la calma de estar a los seis años hablado con mi mascota, un canario amarillo que me esperaba siempre a la misma hora cuando regresaba de la escuela, era uno de los mejores juegos que recuerdo, un bendición que me permitió aprender a descifrar los múltiples idiomas que podemos conocer.
Es que mirando a los ojos a los otros, personas, animales., árboles, mares, montañas, podemos comprender y descubrir mucho.
Más tarde fue en Balcarce donde a los diez años tuve mi caballo con quien comparti juegos, cabalgatas y rumbos comencé otro diálogo intenso con ese animal que me daba con paciencia y generosidad su preciosa compañía.
¡Cuanto aprendí de el!
Gracias a él pude descubrí lo que es acompañar a otro simplemente con la buena predisposición.
Mucho pude aprender también cuando aprovechando el tiempo correctamente, buscaba tréboles de cuatro hojas para regalarlos luego a quienes quería brindarles mi amor y contarles de la suerte que ya había sido el encontrarlos.
No se si creí alguna vez que tréboles trajeran la suerte como dice la superstición popular, para mí el encontrarlos ya cumplía con esa premisa “tener suerte”.
La naturaleza, el sol rojo escondiéndose en el horizonte de la Pampa, detrás de esa línea recta apenas cruzada por algunos montes, pequeños conjuntos de árboles así denominados en la provincia de Buenos Aires que ocultan casi siempre un “rancho” una casa pobre de los peones. También hay montes más tupidos y frondosos que generalmente esconden el casco ( casa principal) de la estancia.
El firmamento en la noche me lleno de estrellas con las que jugaba a encontrar “las tres Marias”, “el puñal” o “La cruz del sur” . Esos fueron mis juegos, los que me orientaron y ayudaron a descubrir tanto misterios y tantas maravillas que nos rodean y que de haber estado solo en Buenos Aires en época escolar o en vacaciones jamás hubiera podido conocer. Por suerte tuve la posibilidad de estar jugando en la naturaleza.
Ale, Buenos Aires, 25-02-23