Ana tenía apenas veinte años cuando se casó, la guerra parecía lejana y ausente.Polonia transcurría sus días romántica y soñadora, disfrutando del placer de vivir y estar lejos de ser uno de los centros de poder del mundo.
Su pueblo, eslavo, con una educación media, dividido en dos grupos bien definidos, uno campesino y otro urbano, ilustrado, amante de las ciencias y del arte, ambos católicos confiados en vivir en paz por la gracia de Dios...
Pero sus vecinos, a ambos lados,(hubiera sido bueno recordar la historia), no perdían el tiempo en cosas menores, la guerra y el poder, eran sus proyectos.
Por eso un día de Septiembre, en pleno otoño boreal, la Alemania nazi invadió Polonia, iniciando una guerra sumamente desigual.
Toda querra es la negación de la vida.
Pero para Polonia, esta guerra fue una de las peores que tuvo que soportar en su historia, "el país de las mil invasiones".
Con claridad se pudo ver que nunca existió una política de buena vecindad hacia Polonia.
Pero para Agneszka esta horrible guerra fue una prueba intensamente difícil.
Ella estaba casada con un joven ingeniero civil, que como todo buen polaco se alistó de inmediato para defender a su patria. Ana también se alistó y sirvió como enfermera durante todo el conflicto.
Que su marido fuera deportado a Siberia junto a otros oficiales universitarios, no la detuvo, sabía que si quería sobrevivir debía dejar de lado el miedo.
Ambos sufrieron las angustias y los horrores de la guerra.
Pero un día por fin la pesadilla concluyó.
Fue entonces que pudieron reencontrase en Londres.
Gran Bretaña durante la guerra auspició y creó un gobierno polaco en el exilio. El ejercito ruso demoró el cruce del río Vistula a finales de la contienda, lo que permitió la muerte de muchos habitantes de Warszawa y la destrucción casi total de la ciudad.
Pero, en Londres al fin de la guerra los polacos vivían un tiempo diferente.
Si bien no sabían que seria de ellos en el futuro, hacia donde emigrarían, ni que país los recibiría como refugiados de guerra.
Pero lo cierto es que estaban vivos, lo que les permitía soñar, entonces tenían esperanzas para vivir...
Por eso es que la joven Ana hoy tenía otro tipo de preocupaciones.
Su principal problema consistía en resolver que se pondría para la fiesta que organizaban los oficiales polacos para esta noche.
Ya no importaban los cupones de racionamiento, ni la falta de leche, ni donde dejaría a su hijito Andrej durante el baile, pues ya habían organizado una guardería para cuidar de los niños.
Nothin Hill, es un barrio, ubicado al oeste de Londres.
Por allí Caminaba Ana, distraida en sus pensamientos, cuando en un escaparate de un negocio, vio un vestido de fiesta, que le pareció hermoso.
Libre, inconsciente, entró a la tienda y consultó por el. Se lo probó y frente al espejo decidió que esto era lo que necesitaba, es más pensó que lo habían hecho para ella.
Es que de verdad así parecía, su figura magra se agigantaba y el sencillo diseño resaltaba su juvenil belleza.
Nadie al verla con el vestido, reconocería a la enfermera polaca que vestía el uniforme con el águila bordada en un pequeño escudo colocado sobre el lado izquierdo de su pecho (el del corazón), junto con la palabra POLAND.
Esa enfermera que trabajaba hasta la madrugada, asistiendo a los heridos en el hospital, durante la guerra.
Ama abrió su billetera y pagó, el vestido fue colocado en una enorme caja, luego partió, sin una sola libra en el bolsillo.
No se permitió pensar, pues de haberlo hecho, hubiera tenido que volver sobre sus pasos...
Pero la juventud y el amor, son así, motores que nos impulsan sin prejuicios.
Esa noche junto a Mateusz bailó casi hasta el cansancio, luego de años de sufrimientos y pesadillas pudieron vivir un sueño.
Fue el centro del baile, todos quienes compartieron esa noche con ellos la admiraron.
Como debia ser, la mañana siguiente llegó pronto, el encanto desapareció y la realidad mostró la verdad.
Entoces Ana tuvo que volver sobre sus pasos:
Por suerte el vestido, que fuera el pasaje al mundo de sus sueños, estaba intacto.
Con extremo cuidado lo colocó en la caja y lo demás fue muy fácil para ella que había tenido que sobrevivir la crueldad de una guerra.
Entró en el negocio, decidida y sonriente, aduciendo que ya en su casa había notado que el vestido no le quedaba bien, por eso quería devolverlo y pidió que le regresaran su dinero.
El dueño de la tienda luego de observar detenidamente el vestido, aceptó y le devolvió el dinero.
No sabremos nunca, si este hombre hizo un acto de caridad o bien si fue un complice involuntario, de una bella joven polaca que despertó esa mañana de su sueño de Cenicienta.
Bs.As.17/04/11.- Alicia C.G.Maveroff.P.Peyrán
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