Las termas de Cacheuta
el poderoso cacique cuyos dominios comprendían el valle de Mendoza
y los alrededores. Ante el gran curaca, el emisario refirió
los acontecimientos ocurridos: la pérdida de la libertad de Atahualpa,
el gran señor inca, descendiente de Inti, que, hecho prisionero,
esperaba ansioso el día de su liberación. Explicó al asombrado cacique
la razón de su envío: llegaba a pedir su colaboración en el rescate
del soberano prisionero.
La fidelidad de Cacheuta no escatimó esfuerzos para cumplir con el mayor
caudal a la salvación del señor de todos los quechuas. Convocó a sus vasallos,
les exigió su cooperación y muy poco tiempo después un hato de llamas cargadas
con petacas de cuero repletas de objetos de oro y plata estaban listas para
emprender el viaje hacia el norte. El mismo cacique, al frente de un grupo
de fieles vasallos, entre los que se contaban altos jefes guerreros,
sería el encargado de conducirlas.
Partió la expedición. Las llamas, con sus pasitos menudos, acompañados
de movimientos del cuello y la cabeza, marchaban llevando en el lomo la
valiosa carga que iba a servir para dar libertad al soberano de los quechuas.
Llegaron a las primeras estribaciones del macizo andino. Se internaron
por los angostos vericuetos de la montaña y marcharon sin descanso
en su afán de llegar cuanto antes a destino. Cerca de un recodo de
la montaña distinguieron, a lo lejos, un grupo de gente armada que
de inmediato reconocieron como enemigos.
Previendo una traición, los indígenas se pusieron en guardia, y como
primera medida decidieron esconder la valiosa carga en el más
seguro lugar de la montaña. Grandes conocedores del terreno, nada les fue
más fácil y muy pronto su labor quedó terminada. Los adversarios, al notar
que habían hecho un alto en el camino y les era imposible detenerlos al pasar
donde se hallaban apostados, decidieron salirles al encuentro. Llegaron cuando
Cacheuta y sus vasallos se aprestaban a hacer frente al ataque. El choque
fue sangriento. Silbaban las flechas indígenas, haciendo víctimas en uno y
otro bando. La lucha fue desigual, pero encarnizada. Los indígenas, que
supieron defenderse con valor, finalmente cayeron vencidos. Los contrarios,
ya dueños de la situación, se lanzaron en busca de su objetivo, para lo cual
trataron de arrancar su secreto a la montaña. Al llegar al lugar donde fuera
depositado el tesoro y cuando ya se creían dueños de él, chorros de agua
hirviendo surgieron de entre las piedras, envolviéndolos. Hallaron la muerte
allí donde fueron a buscar riquezas.
Fue, según la leyenda, el espíritu de Cacheuta quien hizo brotar el agua
que terminó con los que no le permitieron llegar a destino y cumplir la misión
que como súbditos fieles se habían impuesto. Desde entonces esas aguas,
originadas en un verdadero principio de solidaridad humana, llevan en sí
toda la bondad propia de tan altos propósitos y se brindan a los que acuden
a ellas en busca de alivio para sus males.
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