jueves, 5 de diciembre de 2013

Detrás de la cortina roja. Cuento.-

El invierno estaba en su apogeo, la nieve todo lo cubría, se había vuelto blanco el paisaje y solo las chimeneas daban un toque gris al cielo que se mezclaba con el  humo, feliz de recibir algo de calor en esos días.
Mientras, las calles estaban desiertas, solo algún hombre oscuro y cargado de alcohol, salía de la taberna y se atrevía a desafiar al frío.
En la casa del rabino Santiago Stein , todo estaba en orden, la tarde transcurría entre libros y música para acompañar las horas.
Sara su mujer estaba en el fondo de la casa, en la cocina, con sus hijos pequeños, cuidándolos, cosiendo algunas ropas, porque cuando se tiene hijos y los tiempos no son del todo buenos, se debe agudizar el ingenio para vestirlos, enseñarles y darles alimentos.
Ese año la cosecha no había sido muy buena, entonces era necesario racionar un poco las comida, para poder pasar el invierno tan largo y frío. 
Por suerte en el granero había suficientes provisiones como para que si se era cuidadoso, vivir tranquilos. Además las dos vaca que tenían, les proporcionaban buena leche, a cambio de un sitio cubierto bajo la casa, un poco de alimento y agua.
Todo estaba bien, así decía el rabino a su familia, todo debía ser agradecido a Dios que era quien lo proveía. 
Lo demás era hacer la vida recta, cumpliendo con la Ley, recordando siempre, como lo hacen los buenos judíos.
En una familia judía no solo se alimenta el cuerpo, sino que es fundamental alimentar el alma y la mente, por eso  la música y los libros.
Así también es que  los varones de la familia eran instruidos por su padre.
Aprendían de los libros sagrados y por supuesto debía saberlos leer, también aprendían a escribir, para poder luego ser buenos hombres judíos, padres de familia,que pudieran ganarse el pan y hacer negocios, como también seguir leyendo toda la vida.
A Esther la hermanita de siete años, le hubiera encantado poder participar de las clases, pero se lo tenían prohibido, solo por ser mujer, decían que debía prepararse para otros quehaceres en la vida, la casa, el marido , los niños, no necesitaría de las letras. No era para ella el aprender a  leer y escribir...
Por eso, el rabino solo impartía a los hijos varones la enseñanza que Esther ambicionaba ya que era una niña curiosa, muy curiosa, lo que demostraba su inteligencia..
Todas las tardes los hijos varones se reunían en el comedor junto a la chimenea, con su padre y en la mesa redonda de nogal escribían, copiaban y leían.
El rabino,  les dictaba, los guiaba y corregía, mientras afuera la nieve todo lo cubría, dejando un manto blanco inmaculado, que hacía un poco mas alegre el gélido paisaje.
Sara la madre, hacía las cosas de la casa y cuando su tiempo y los pequeños hijos le permitían, descansaba un rato. 
Cuando los niños se dormían, a veces, ella dormía una pequeña siesta muy merecida pues llevaba toda la casa sobre sus espaldas.
Era entonces cuando Esther, en su afán de aprender, bajaba sigilosamente la escalera y se escondía en el comedor, detrás del pesado cortinado de terciopelo rojo, allí en ese frió y oscuro hueco, oculta tras esa cortina, esperaba que llegaran sus hermanos mayores con su padre y comenzaran la clase. 
Tarde tras tarde, día tras día,  Esther escuchaba, solo eso hacía, escondida, se apropiaba de un conocimiento que en esos tiempos de principios del siglo XX en Ucrania, su padre el rabino no le daba.
"Me quitarán todo lo que tengo, más no podrá llevarse esto que aprendo", se decía Esther para animarse
mientras allí escondida, solo con sus ganas, ella aprendía.
El invierno pasó, luego el verano, luego otros inviernos. Finalmente, los tiempos se escaparon día a dia, trayendo nuevos desafíos.
Hasta los más pequeños de la casa, fueron dejando la infancia de los juegos.
Los que aprendían a leer, fueron hombres, formaron sus familias y Esther que ya era una bella joven, se casó a instancias de su padre quien la relacionó, según la dote, con un muchacho judío, recto y bueno muy apuesto que con ansias de progreso que tenía planes de partida.
Fue entonces que recién casada con David, ese era el nombre de su marido, viajaron hacia Buenos Aires, en busca de un futuro que en paz, les diera el progreso merecido.
Las despedidas siempre han sido algo difícil de entender, se aceptan porque no queda más remedio, así se hace la vida, de encuentros y de despedidas...
El viaje, fue duro, como debía serlo cuando se viaja en la tercera de un barco, hacia una tierra que nos es desconocida.
Los compañeros de rutas se unieron por idiomas y culturas, así que cuando no se estaba junto a ellos, el océano se hacía más grande y la nostalgia aparecía.
Claro que por momentos también se cantaba, se bailaba y se reía, recordando la tierra, este era el salvavidas que tenían, así se compartieron penas y alegrías y por supuesto, la amistad floreció entre las penas.
Esther se aclimató muy pronto al nuevo mundo, no se si por necesidad o porque el tiempo le daba fuerzas para poner distancia.
No fue fácil adaptarse a Buenos Aires, una ciudad enorme comparada con su pequeño pueblo allá en Ucrania.
Le faltaron los bosques donde perderse para juntar hongos y no encontró ardillas con las que pudiera divertirse.El calor y la humedad, tampoco le fueron gratos.
El idioma que trajo desde Europa aquí  no le servía, nadie le hablaba en ucraniano, solo podía usarlo con su marido, por suerte el idish lo podía hablar cuando iba al templo a rezar y a encontrarse con otros que llegaron de tan lejos.
Pero lo que más  alegría le dio fue el escribirle cartas a su padre, a quien amaba.
Cuando hizo la primer carta, le contó en ella al anciano rabino, como había aprendido a leer de niña, allí escondida detrás del cortinado rojo del comedor, cuando para ella ese era un aprendizaje prohibido.
La respuesta de su padre fue inmediata, llena de alegría, en la carta que escribió a su hija el rabino le decía:

"Hija, que alegría, saber ti por tus propias letras. Doy gracias este día, que usaste tu libre albedrío, no fuiste obediente en los tiempos en que yo enseñaba solo a tus hermanos a leer y a escribir.
Me alegro, que hayas sido así tenaz y desafiante, ahora veo, gracias a ti, que no es bueno siempre obedecer, te felicito, me has dado una lección que no sabía".

Hoy Esther ya anciana," la Bobe", cuenta sonriendo con orgullo, a sus nietos esta historia de sabiduría.

Fin.-


Bs.As.05-12-13 Alu C.G.Maveroff P.Peyrán.-

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